Poseedor de una excepcional envergadura física, músculos de acero y elevada estatura, Paramaconi, cacique Taramaina, patentizaba de manera elocuente las cualidades de su raza caribe. Sus formidables dotes guerreras lo instaban a preparar con astucia los combates, luchar ardorosamente contra los conquistadores y salir airoso en la mayoría de los enfrentamientos que con ellos sostuvo tanto en los territorios de su predio, ubicado en el litoral central, como en otros mucho más alejados.
Aliado de Guaicaipuro y formando parte de la gran coalición que éste dio en constituir, en 1562, intervino en numerosas batallas defendiendo el suelo patrio y salvaguardando la dignidad de los suyos.
Paramaconi luchó a brazo partido contra los colonizadores que en los Teques habían abierto minas para extraer preciosos metales. Y en un enfrentamiento armado con el intrépido oficial mestizo don Francisco Fajardo, lo venció, arrasó la pequeña urbe que éste había fundado y lo obligo a retirarse a la isla de Margarita.
Asimismo combatió con denuedo contra el capitán Julián Mendoza, en la batalla de los Taramainas, a lo largo de la cual, aunque resultó finalmente vencido, vendió muy cara su derrota.
Con Guaicaipuro a la cabeza atacó, aunque con regular fortuna, a la recién fundada ciudad Santiago de León de Caracas.
Su fama incitó al nuevo gobernador de Caracas a encomendar su captura a un soldado de gran poderío físico, dilatada experiencia y reconocidas luces en las lides bélicas, el capitán Garci-Gonzalez de Silva, quien luego de haber partido en su búsqueda y obrando de igual modo que Francisco Infante (cuando en plena noche y en su vivienda de Suruapo, atacó y dio muerte a Guaicaipuro) amparado por las sombras se acerco sigilosamente hasta el poblado de Paramaconi, divisó su bohío alzado en lugar escarpado de la cima de un montículo, llegó hasta él y penetró en su interior. Sin embargo se vio momentáneamente detenido por los gandules que montaban guardia en el aposento contiguo al de su cacique.
Paramaconi despertó al punto, tomó sus armas, avanzó a través del pasillo que le habían abierto sus hombres y alcanzó la salida pero, viéndose sitiado, se apresto valerosamente a la defensa. Justo entonces se las vio directamente con el formidable soldado español, don Garci-González de Silva, encargado de apresarlo.
El enfrentamiento entre aquellos dos magníficos líderes, dos bravos guerreros de probada veteranía, dos colosos de similares fuerzas, dos dominadores de las técnicas de la lucha armada, uno con la espada, otro con la macana, fue, a todas luces, terrible.
Los indígenas, a todo esto, que habían abandonado sus cabañas y formando un círculo alrededor del pelotón de soldados a los que apuntaban con sus flechas, sin soltar los arcos, asistían expectantes a la pelea. Lo mismo que los españoles, que seguían empuñando los arcabuces.
En el transcuso de la arrolladora contienda, los combatientes no tuvieron en cuenta que se aproximaban a un terraplén rocoso. En consecuencia, enzarzados en una lucha cuerpo a cuerpo, cayeron rodando hasta el fondo de un barranco de tal suerte que Garci-González, peleando sin desmayo, consiguió herir de gravedad a su contrincante y dejarlo fuera de combate ante la mirada atónita de los guerreros aborígenes quienes, dado el cariz que habían tomado los acontecimientos, depusieron las armas.
El hidalgo español recogió a su rival, mandó curar sus heridas y, según la tradición, después de aquella noble y vigorosa pelea entre aquellos luchadores curtidos, aquellos titanes, aquellos heroicos defensores de sus respectivos ideales, se cimentó entre ambos una hermosa amistad que sólo la muerte podría extinguir.
Ruben Tamanaco
@rubentamanaco1
Referencia:
- "Visión Panagerica de los Caciques de Venezuela". Agustín Quevedo Martín.
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