La laguna donde los indígenas sacaban un mineral que llamaban Urao para hacer el chimo, se conoce por una misteriosa; La leyenda de la laguna de Urao, esta laguna es nuca en América y solo en África hay una similar.
Esta leyenda corresponde a tiempos anteriores a la conquista europea de América, a la época muy remota en que se extinguió la primera civilización andina, de que hay monumentos fehacientes, cuando invadieron los Muiscas, descendientes de los hijos del Sol, o sea la raza dominadora de los Incas; pero los bardos Muiscas han repetido los cantos melancólicos de aquellos primitivos aborígenes, por ellos conquistados, para llorar a su vez su propia ruina; y por eso refieren la leyenda de la Laguna de Urao al tiempo de la invasión ibérica.
Cuando los hombres barbados de allende los mares vinieron a poblar las desnudas crestas de los Andes, las hijas de Chía, las vírgenes de Motatán, que sobrevivieron a los bravos Timotes en la defensa de su suelo, congregadas en las cumbres solitarias del Gran Páramo, se sentaron a llorar la ruina de su pueblo y la desventura de su raza.
Y sus lágrimas corrieron día y noche hacia el Occidente, deteniéndose al pie de la gran altura, en las cercanías del Barro Negro, y allí formaron una laguna salobre, la laguna misteriosa del Urao.
La nieve de los años, como la nieve que cae en los páramos, cayó sobre las vírgenes de Timotes y las petrificó a la larga, convirtiéndolas en esos grupos de piedras blanquecinas que coronan la alturas y que los indios veneran en silencio, llenos de recogimiento y de terror.
Un día los indios de Mucuchíes, bajo las órdenes del cacique de Misintá, levantaron sus armas contra el hombre barbado; y las piedras blanquecinas del Gran Páramo, las vírgenes petrificadas se animaron por un instante, dieron un grito agudo que resonó por toda la comarca, y la laguna que habían formado con sus lágrimas se levantó por los aires como una nube, para ir a asentarse más abajo, en el Pantano de Mucuchíes, en los dominios del cacique de Misintá.
Y allí estuvo, quieta e inmóvil, hasta que otro día en que los indios Mucujún y Chama volvieron sus flechas contra el conquistador invencible; y la laguna al punto se levantó por el aire al grito que dieron en la gran altura las vírgenes petrificadas, y fue a asentarse más abajo, al pie de los picachos nevados, al amparo de las Cinco Águilas Blancas, en el sitio del Carrizal, sobre la mesa que circunda las nieves derretidas de la montaña.
Y allí estuvo, quieta e inmóvil, hasta otro día en que los coaligados los indios de Machurí, Mucujepe y Quirorá, blandieron también sus macanas contra el formidable invasor. Nuevamente gritaron en el Gran Páramo las vírgenes petrificadas del Motatán, y nuevamente se levantó por los aires la laguna salobre de sus lágrimas para ir a asentarse sobre el suelo cálido de Lagunillas, en aquella tierra ardiente, donde la caña brava espiga y el recio cují florece.
Un Piache maléfico reveló entonces a estos indios el secreto de poder retener la laguna en sus dominios, privándola de la virtud de transportarse como una nube; y el secreto estaba en un sacrificio humano que hacían anualmente, arrojando al fondo de sus aguas un niño vivo para aplacar la cólera de venganza en los altivos guerreros de Timotes, muertos por el hombre-trueno de la raza barbada.
Esta es la leyenda misteriosa de la Laguna del Urao, que desde entonces está allí en su última jornada, brindando a la industria su sal valiosa, que es la sal de lágrimas vertidas en las cumbres solitarias del Gran Páramo por vírgenes de soladas del Motatán, en la noche triste de la decadencia Muisca, cuando la raza del Zipa cayó humillada a los pies del hijo de Pelayo.
Después de un silencio de siglos, gritaron en la altura las vírgenes petrificadas, el día en que los guerreros de la libertad atravesaban victoriosos por los ventisqueros de los Andes; pero la laguna continuó quieta e inmóvil, detenida por el maleficio del piache que profanó sus aguas. Cuando estas sean purificadas, la laguna misteriosa del Urao se levantará otra vez, ligera como la nube que el viento impele, pasará de largo por encima de las cordilleras e irá a asentarse para siempre allá muy lejos, en los antiguos dominios del valiente Guaicaipuro, sobre la tierra afortunada que vio nacer y recogió los triunfos del hombre-águila, del guerrero de celeste espada, vengador de las naciones que yacen muertas desde el Caribe hasta el Potosí.
Monumento natural la laguna de Urao
Se localiza cerca de la población de Lagunillas, en la región montañosa al suroeste de Mérida.
Ruben Tamanaco
@rubentamanaco1
Revisado 16-07-15
Referencia:
- Gustavo Barroeta colaborardor de Pa'Mérida.com