martes, julio 14, 2015

La hermosa doncella encantada de Nívar. (Historia de Maria Lionza según Gilberto Antolinez)

“Los indios Jirajara-Nívar, en una fiesta de fin de cosecha, recibieron de su gran Piache un doloroso presagio. Decía el mismo que “viniendo los tiempos naceria una doncella, hija de cacique, con los ojos de tan extraño color que, que de mirarse en las aguas de la laguna, jamás podría distinguirse las pupilas”. Tan pronto como esta mujer de ojos de agua se viese espejada en alguna parte, por el doble hueco vacío de las niñas de la imagen, iría saliendo una serpiente monstruosa, genio de las aguas, la cual causaría la ruina perpetua y extinción de los Nivar. Grande fue la aflicción de aquella altiva tribu. Pero paso el tiempo, y todos los caciques, cada vez que nacía una niña, pasaban temores sin cuento hasta que se les anunciaba que, como siempre, la recién nacida tenía los ojos negros.

Pero llegó al cabo el mal tiempo indicando por la profecía. Poco antes de la invasión española, un cacique Nívar tuvo una hija con las pupilas de un vario y hermoso color verde, color de aguamarina, color jade, color de piel de culebra verdegay. Grande fue la estupefacción del cacique. Sus tributarios le exigieron que se les entregase la niña para ser sacrificada al Genio, al Dueño Tutelar dela laguna, la enorme serpiente Anaconda de las aguas. Mas el jefe jamás pudo decidirse a ello. Como pudo se libró de los descontentos, que desde aquel día, comenzaron a formar disensiones dentro de la hasta entonces bien unida tribu Nívar. El jefe decidió recluir a la doncella en un lugar secreto bajo la guarda de  veintidós jóvenes guerreros. Allí fue creciendo ella en gracia y hermosura, ganándose la simpatía de todos, pues sus maravillosos ojos de berilo exhalaban destellos encantados. Tenían una belleza fatal y sonámbula, algo de reptilino, al destacarse sobre el marco canela de su cara de india. Eran como dos piedras preciosas engastadas en la morena ladera de algún picacho de la montaña de Nívar.

A nadie más que a su madre y a sus veintidós guardianes podía ver la moza de los ojos fatales. Llego así a la pubertad y su confinamiento se hizo mas severo aún al ser sometida a las ceremonias de purificación que alejan de la adolescente que pasa a mujer, la influencia de los malignos espíritus-serpientes. Le estaba prohibido desde su nacimiento poseer cualquier lamina brillante que pudiera hacerla función de un espejo, asomarse a corrientes de agua o vasijas, salir a plena luz si la lluvia había formado charcos de agua sobre el suelo.

Mas, un mal día, un extraño acometió a los veintidós guardianes, producido por el vaho bucal de la serpiente anaconda de las aguas que clamaba por su víctima anual, la doncella consagrada que a la linfa encantada de la laguneta lanzaban los hechiceros de la tribu. La niña de los ojos de agua salió a tientas, pues sus ojos no se acostumbraban muy bien a la luz libre, hasta que logro sentarse en el borde mismo de la charca sagrada. Estaba el agua quieta con una hierática quietud rebuscada, con una en que ni una ocela abría siquiera su circulo mudo sobre el agua verde. La doncella miró. Veía su cara por primera vez, su gloriosa cara redonda y armoniosa, su boca tentadora, su barbilla soberbia. Pero, ¡ay dolor!, en vez de pupilas solo notaba dos cuévanos profundos, un par de abismos por donde se asomaba el misterios del otro mundo de los Dioses Subterráneos y los Muertos.

La niña quedo fija. Nada podía apartarla de contemplar aquellos dos abismos encantados de sus ojos en el reflejo ácueo. Mas, de pronto, por ellos empezó a surgir un movimiento, un borbotar ebullescente de las aguas, un creciente movimiento en remolino. El doble vórtice se agrandaba, mientras los peces huían atemorizados del sitio cada vez mas amplio del reflejo. Este fue tomando forma, el rostro de la niña en la linfa espumeante fue adquiriendo dintorno de serpiente; primero, dos ojos metálicos, de brillo fijo adamantino, impresionante; luego, el cuerpo creciendo en espiral, una sobre otra, una sobre otra, una sobre otra; y, finalmente, el extremo afilado de la cauda, batiendo espuma contra el agua hirviente, tonante, levantando cabrilleos de luz que llenaban el cielo de pálidos reflejos. El monstruo intacto, inquietante, estaba allí. La Anaconda, “Dueña del agua”. La doncella dio un grito de retumbó en todas las faldas de la sierra de Nívar, y se sumergió en las aguas, en el sitio preciso en que estuvo el pavoroso reflejo de sus ojos.

Al grito despertaron los 22 guardianes, los cuales buscaron por todas partes a la amada Ojos de agua, mas en vano. Locos de terror a un cataclismo mágico, llegaron hasta la laguna, más en vez del cuerpo de la niña adorada encontraron al Dueño de Agua, soberbio, espumeante, airado en su reino, batiendo la cola sobre el agua subiente.

Los Nívar huían de la inundación temible. Casas, templos, sembrados, todo era arrasado por el dragón inmisericorde de las aguas. Este asomaba su horrible cabeza verdegay sobre las lamas, y abría sus fauces, cerro abajo hasta ir a espumear más lejos, hasta a selva de Sorte hacia el noroeste, y hasta las aguas del Lago Tacarigua hacia el nordeste.

Tanto creció el monstruo, que su poder vital se escapó de su cuerpo distendido por la ansia de crecimiento inmoderado. Y la sierpe estalló, dando un gran coletazo, vibró, se desmadejó y quedo inerte, con la cola en Sorte, cerca de Chivacoa y la horrible cabeza en Tacarigua, “donde hoy esta el altar mayor de la Catedral de Valencia”. He aquí la leyenda mestiza de los lugareños de Nirgua.”



Ruben Tamanaco

@rubentamanaco1

Referencia: 
  1. “Los ciclos de los Dioses”. Gilberto Antolinez.

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